¿Vacaciones en un resort?

Hace unos días mi madre soñó que estaba de vacaciones.  Ella hablaba como si realmente estuviera viviendo unas vacaciones en un hotel con todo incluido.  Que si la comida, la bebida, que si a tal hora vienen a arreglar la habitación.  Andaba desorientada con ese cambio de horarios y de rutinas domésticas.  Claro, ella imaginó primeramente que estaba en un hotel, un tanto raro eso sí. Más teniendo en cuenta que por herencia familiar las vacaciones en mi casa nunca han sido en un camping, ni nada que le pudiera recordar. Mi padre era bastante exquisito con equis claro, y nos había acostumbrado a estar en sitios como poco decentes y decorosos, y él personalmente nunca consideró como tal el vacacionar en campings ni similares. Tampoco había sido proclive a los moteles, ni los hostales. Como poco en mi casa debía ser un hotel de 3 estrellas, si es que el de 4 estrellas no era asumible para la toda la tropa familiar. Y las 3 estrellas por supuesto sólo se admitían si la localidad era en España, y se trataba de algún sitio pequeñito, alguna localidad o pueblo escondido donde no fuera posible reservar en un hotel de 4 estrellas o algún Parador Nacional. Éstos eran sus favoritos. La red de Paradores yo creo que fue concebida por Fraga pensando en mi padre. Y es que los dos guardaban tantas similitudes… hasta físicas…que yo que conocí a mi padre, lo veo con total naturalidad. Así que él asociaba cada paraje o lugar con encanto con el parador correspondiente, y por supuesto su correspondiente restaurante.  Daba igual que el viaje fuera de pocos días de duración, él siempre tenía que terminar visitando un establecimiento de este tipo. No había viaje que se preciara, ni reunión en alguna ciudad o capital, si no podía traernos de recuerdo unas esponjas para limpiar los zapatos, o los jaboncitos de los Paradores, y si no podía relatarnos la comilona correspondiente. Eso era una regla de su código de conducta, al igual que ir a Madrid y comer unas buenas ostras en Corinto, o en La Vieja. Como descargo para mi padre, y para quienes no le conocieran, debo decir  que a la vuelta de sus viajes, no solo nos relataba sus reuniones y sus comidas, sino que también tenía por costumbre traernos alguna delicatessen junto con los sandwiches de Rodilla, las agujas de ternera de alguna pastelería exquisita de Madrid tipo Menorca, San Onofre y similares….eso y los caramelos de violeta que tanto le gustaban. Así que, comprenderán quienes estén leyendo esto que el gusto por lo bueno y rico es consustancial a los genes familiares.

Cuando los tiempos fueron avanzando el abanico de establecimientos hoteleros se fue ampliando, y así empezó el gusto por otras cadenas hoteleras en los lugares donde no existía Paradores…y así la colección de botecitos de geles y champúes se iba ampliando con NH, Meliá y similares, y por supuesto el Mindanao y el Liabeny en Madrid. Éste último, durante muchos años fue el punto de referencia en Madrid de toda la familia. Al igual que referencia fue su gusto, y el de mi madre por comer perdices. Y claro de camino o de regreso de Madrid, parada obligada era comer perdices en el parador de Oropesa, o en Maqueda donde él encontró un lugar singular donde comerlas aunque estuviera a tan solo setenta kilómetros de Madrid. A ellos les encantaban las perdices, y no solo comerlas sino también verlas desde el coche cuando atravesaban la provincia de Toledo. Entonces aquello era posible, claro porque hoy en día casi es una especie en extinción. Mi padre se emocionaba al verlas saltar en las tierras toledanas. Tanto como si estuviera en su aguardo de las doce, y escuchara el cuchi- chi, y el campo cantar, y luego verlas entrar en la placita….Le extasiaba, le salivaba la boca y se le aceleraba el corazón….ufff, ya están alteradas las sístoles y extrasístoles….

Y aquí aparecieron las perdices, y mi madre el otro día volvió a mencionarlas cuando le preguntaba a mi cuñado que cuántos perdigones tenía él… Y claro, andaba desorientada en ese hotel tan raro donde se alojaba. Tan desorientada que le preguntó al que no tenía la costumbre del aguardo como mi padre, sino a otro.  Está claro que mi madre asocia las perdices con la felicidad y el buen vivir, como las vacaciones. Eso explica todo,  incluso que ella pensara que estaba en un resort donde le ponen la comida en bandeja, donde entran muchas personas para atenderla, y prepararle la cama.  Preguntaba con insistencia el primer día, que cómo se llamaba este hotel, a lo que se le respondía que San Francisco.  Pero hubo un momento en el que ella empezó a preferir estar en su casita, con sus cosas personales, y sin extraños que le atosigaran. Entonces dijo: Bueno, ya vale de bromas y vámonos para casa. Al día siguiente ya había caído en la cuenta de que no se encontraba vacacionando en un resort sino en una clínica, según ella. Me parece que aún no ha caído en la cuenta de que realmente no era la clínica San Pedro de Alcántara, sino  el hospital. Vacaciones en un resort, donde te limpiaban la habitación una tropa de mujeres de blanco en un pis pas, y donde los camareros no te enseñaban la carta. Lo mismito que un hotel, pero sin desayuno  americano en el bufet de la planta noble.

Lástima que no fuera real, y que fueran las consecuencias de la anestesia.

Había pensado escribir una crónica sobre la noche que pasaría en la habitación 623 pero entre tantos hermanos al final por carambola no he pasado ninguna noche completa allí. Así que, os habéis ahorrado leer eso.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Glory dice:

    Me encanta poder escribir un comentario en este blog que iré siguiendo con entusiasmo, con la seguridad de que voy a difrutar y aprender de mi querida compañera.

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    1. Gracias Glory. Bienvenida. Aprenderemos mutuamente. Te seguimos también.

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