Hoy voy a cambiar un poco el tema de la crónica, pues no es cuestión de estar siempre dando la lata con el mismo tema. Sí, ya sé que de vez en cuando hay que hablar de otras cosas, y no solo del tema de actualidad política. Pero es que nos lo ponen a papo. Y a ver quién es el listo que no aprovecha el momento coyuntural y se despacha a gusto. Esta palabreja de coyuntural se empezó a usar hace ya la friolera de cuarenta años más o menos. Hasta entonces no existía en el vocabulario ordinario de la ciudadanía. Coyuntural, consenso y transición eran lo más de entonces, y hoy parece que volvemos a recuperar lo de transición. Aunque no sepamos hacia dónde transitamos. Así que, dejo el tema político aparcado, pues me temo que nos vamos a pasar una temporada muy larga teniendo muchas ocasiones para retomarlo. Seguro que en unos días vuelvo al ataque.
Dejo de dar la lata, pero a la vez quiero hablar de eso: Latas. Y es que aunque pueda parecer increíble, hay algo que me lleva preocupando muchos años, y es un problemón. Porque de cuando en cuando me viene a la mente este expediente X que no he sido capaz de resolver, y que nadie tampoco me ha sabido aclarar. Me surgen las dudas, me vuelvo existencialista y me pongo a pensar en plan Descartes, y así me surgen estas historias….
El tema es muy sencillo. Hablo de las latas de conservas, de las de toda la vida. Metálicas en su mayoría. Antiguamente y no hablo de los años de la posguerra, ni mucho menos. Sino de cuando había constumbre de tomar alguna latilla en las casas normales y corrientes. De sardinas casi siempre, unas veces en aceite y otras con tomate. A mi padre especialmente le gustaban las sardinas compradas en Portugal, así que él además de comprar el consabido queso de bola Terra Nostra, o Miliano y por supuesto muchos paquetes de manteiga primor meio sal, solía comprar en algún supermercado OVO de Figueira o en casa D. Manolito, muchas latas de sardinhas para tener en casa a la vuelta de las vacaciones. Esas latitas que eran verdaderas exquisiteces, tenían una forma de abrir distinta a las de hoy en día. Llevaban una llavecita con la que procedías a aperturar el contenido girando la llave y doblando el metal que cubría la lata. Quedaba todo retorcido como un canutillo sobre la llave. A veces teníamos la costumbre de sacar de nuevo la llavecita mágica, y guardarla en el cajón de la cocina por si alguna vez tuviéramos que abrir alguna otra lata y la caja estuviera vacía sin la llave. Así, en muchas casas se guardaban llaves y llaves como si fuera un tesoro. Una tontería, pues casi todas las que comprabas en el supermercado o en los ultramarinos, venían con su correspondiente llave. Entonces la gente no solía dedicarse a abrir las cajitas en las tiendas y sacar nada. Y también un bocadillo de sardinas era de las cosas más ricas y saludables que se podía merendar.
Más adelante las llaves fueron despareciendo. Llegó la modernidad del abre fácil, que ni a abre muchas veces, y por supuesto casi siempre de fácil no tiene nada. Porque a todos, y creo que no exagero, nos ha pasado muchas veces que al titar de la anilla para abrir una lata, nos hemos quedado con la anilla en la mano, y con el aceite o la salsa del escabeche de los mejillones rociando la ropa. Y a los cinco minutos, todo empolvado con los polvos de talco.
También se usaba antes un artilujio para abrirlas cuando la anilla del abre fácil fallaba, o cuando no existía la llavecita para abrirla por el método tradicional. Esos abrelatas manuales, para mí han sido la salvación en algunas casiones y en otras un suplicio. Y me explico. Porque como soy zurda no estaban diseñados para usarse con la mano izquierda, sino con la diestra. Y cuando tenía que abrir una lata, necesitaba un espacio especial sobre la encimera, una colocación espacial muy original….y si eran latas de espárragos, ya no os cuento. Era todo complicadísimo. Las latas de espárragos estaban diseñadas a mala leche por algún enemigo de los zurdos, pues el material superior era de un grosor superior al resto, más duro y mucho más difícil de abrir por quienes no tienen tanta fuerza o maña con la mano izquierda. Así que el día que encontré en una tienda un abrelatas para zurdos, mi sensación fue como el náufrago que encontró un salvavidas en medio de una tormenta en el océano. Lo mismito, y no exagero.
Y así abriendo latas de anchoas, bonito del norte y mejillones en escabeche…fueron transcurriendo los años. Hasta que llegaron los euros, o llegó la inflación…ya no recuerdo cuándo fue el momento exacto. Y descubrí que además de generalizarse los abre fácil para todo tipo de recipientes y latas, y por consiguiente – como decía Felipe el de la pana – las llaves y los abrelatas empezaron a criar telarañas en los cajones de los cubiertos que todo el mundo tiene debajo de sus encimeras- comprobé que las latas seguían teniendo el mismo tamaño de siempre. Debe ser una medida estándar como el papel A4, que está en alguna nomenclatura o quizás esté ya en el museo de pesas y medidas de París, como el metro. Digo, tenían y tienen el mismo tamaño de siempre, sin embargo el contenido se ha reducido y con los años ha llegado a ser la mitad. Y así hoy abres una lata de atún en aceite o en escabeche para darle algo de sabor a una ensalada, o para hacer unas empanadillas, y te encuentras que los lomos que vienen en la fotografía de la caja, han encogido y lo que antes tenía una anchura de dos dedos por lo menos, ahora no llega al dedo. Y después de haber tirado de esa arandela pensando que con una lata tienes más que suficiente para tu cocina, te das cuenta que se te ha quedado una cara de idiota y de estafada, al tener la certeza que por lo menos necesitarás un par de ellas, o un pack completo.
He comprobado científica y empíricamente, que este hecho sucede con todos los productos, pero donde la evidencia es más clara es con las latas de atún claro, bonito del norte y resto de atúnidos. Porque ahí sale el contenido en una pieza y se ve claramente el grosor. En las latas de espárragos blancos, de toda la vida llamados de Aranjuez aunque fueran de la misma Talayuela, la evidencia es que el agüilla ese donde vienen bañados los espárragos ahora llena más de un vaso de los del agua. El clásico bote de nocilla que antes guardábamos para la cristalería del día a día….
Aunque todo esto a vosotros os pueda parecer una tontería, a mí esto de la lata siempre me ha preocupado, y ocupado. Y por más que lo he pensado en muchas ocasiones, y que incluso lo he comentado con más personas, no le encuentro ninguna explicación razonable y lógica. Por qué mantienen el mismo envase, con la misma capacidad si no lo llenan. No sería más económico rebajar el tamaño de las latas al verdadero contenido. No sería menos desperdiciar materiales, energía y menos contaminante. Que alguien por favor me explique el porqué. Se lo agradeceré eternamente y quizás le regale dos latas de espárragos y unas de melva canutera de USISA Isla Cristina.
Hoy las latas se han convertido casi en un producto de culto. El envase se usa en muchos sitios de comida moderna y actual, con estrellas michelín y de todo tipo como si fuera porcelana de Limoges… Quién lo iba a decir hace cuarenta y tantos años….
Seguiré dando la lata…..