Ultimamente no me canso de leer esta frase: Que Dios nos coja confesados. Es raro el día que al leer alguna noticia en la prensa, no haya alguien que escriba o pronuncie la frase. Lo que me resulta curioso es que se supone que vivimos en una sociedad que se ha apartado de Dios, que no lo quiere en su vida diaria. Y más aún, una parte muy grande de nuestra sociedad desea que no sea notoria su presencia, ni que existan manifestaciones públicas en referencia a Dios. Sin embargo la frasecita cada día se repite más. Y no es que de repente todos los creyentes estén dando la cara por Dios, y deseen manifestar alto y claro que creen y que no tienen vergüenza de pregonarlo.
Muchos de los comentarios que leo los hacen personas que por el resto de lo que comentan o expresan desde luego no se puede decir que sean beatos, y quizás hasta ni tienen conciencia religiosa. Pero como parece que se avecinan tiempos de miedo, de reformas cuasi revolucionarias, ahora empezamos a acordarnos y a mentar a Dios, para ver si nos echa una manita y nos ayuda a salir del atolladero. Y empezamos a poner nuestras barbas en remojo.
Llevamos adormecidos años, viviendo comodamente sin pelear por nuestros derechos, ni por mantener nuestras creencias. Nos hemos acostumbrados a que poquito a poco, cualquier referencia a un Dios, a cualquiera, esté desapareciendo de nuestra vida. Hemos consentido voluntariamente todos estos cambios. Y que nadie se rasgue ahora las vestiduras diciendo que ellos no, porque no es cierto. Lo hemos consentido, y hemos permitido que cualquier reminiscencia a valores cristianos desaparezca de nuestras leyes y de nuestra vida en sociedad. Hemos hecho dejación de funciones, permitiendo a nuestros representantes legislar en contra de los valores con los que nos educamos y que nuestros familiares nos inculcaron. Hemos dado más importancia a cualquier cuestión económica, del bienestar social tan cacareado y material, y hemos olvidado todas las cuestiones espirituales. Como si ambas fueran incompatibles.
A los poquitos que han intentado que en su vida diaria no desaparecieran esos valores, los hemos acusado nosotros mismos de beatos y fanáticos, nos hemos reído hasta de ellos presumiendo que ellos eran intolerantes por intentar vivir sus vidas en sociedad de acuerdo a sus creencias religiosas. Nos dejamos llevar por la modernidad, y en vez de apoyar la libertad religiosa y el derecho a manifestar nuestras creencias, nos pusimos en contra. Por omisión, sí, pero por omisión también se es culpable.
Ahora que vemos las orejas al lobo rojo que acecha a nuestra tribu, es cuando empezamos a caer en la cuenta de que podemos perder los valores y el derecho a creer y manifestar nuestras creencias. Me asombra que ahora haya padres que estén preocupados con la idea de que la enseñanza concertada, mayoritariamente religiosa, desaparezca en nuestro país y que sin embargo hayan descuidado la enseñanza religiosa en las aulas, y no hayan pedido más enseñanza, más catequesis, más celebraciones de los sacramentos, más, más, y más….cuando desde hace años estas enseñanzas han ido reduciéndose paso a paso. Y hoy apenas se da ni la milésima parte de lo que se daba cuando yo estudié en un colegio religioso regentado por monjas.
Ahora tememos la llegada de una revolución, cuando la verdadera revolución lleva muchos años entre nosotros horadando nuestras creencias y nuestros valores. Rascando como termitas un madero, hasta convertirlo en polvo. Ese madero era la cruz, y no hemos sabido reconocerlo. Y en lugar de protegerlo, untándolo con cera y barniz para evitar su descomposición, lo hemos abandonado.
Nos exaltamos y yo la primera, ante los atropellos que estos días están sucediendo. Que si una loca desvaría con el padrenuestro ofendiendo a la Virgen, que si otra loca es juzgada por asaltar capillas, que si los podemitas vienen con intención de eliminar capellanes y escuelas concertadas, que si quieren prohibir la salida de procesiones y romerías. Pero ahora se juzgan hechos ocurridos hace tiempo, y no hemos salido en defensa de nuestros valores, ni hemos exigido protección. Y aquí digo tajantemente EXIGIR, porque como ciudadanos tenemos todo el derecho a exigir que se nos respete y no se nos ofenda. Y sin embargo no lo hacemos por cuestiones de valores y creencias. Salimos a la calle a manifestarnos por los recortes en sanidad o en enseñanza, o cuando se cierra una fábrica, pero no salimos ni agitamos pancartas cuando de lo que se trata es de nuestra alma.
Hace unos meses a un imbécil se le ocurrió hacer un perfomance con sagradas formas consagradas que había ido cogiendo en diferentes iglesias, y solo un grupo muy reducido de personas se manifestaron y exigieron respeto. Y solo un grupo minoritario acudió a iglesias a rezar por ello. El resto mayoritariamente callados y pasotas. A qué estamos esperando. Es que hay alguien sensato que pueda pensar que si no nos defendemos nosotros, si no nos unimos los que tenemos valores cristianos, nos va a defender el Estado.
Tenemos miedo por lo que se avecina, pero nos quedamos parados. Aunque lo que se avecina no sea nuevo, aunque todo pueda ser un espejo de lo ocurrido en otros países como Cuba, Venezuela o en la URSS y los países del Este de hace años. No podemos decir que no estuvieramos avisados. Lo estábamos y sin embargo parecía que la película no iba con nosotros.
Ahora que ya lo tenemos en la puerta es cuando se empieza uno a acordar de Dios, cuando Él estaba a nuestro lado y lo hemos ido empujando fuera de nuestras vidas. A qué esperamos para luchar por nuestras creencias, y a manifestarnos como cristianos. Hagamos acto de contrición, confesémonos y no caigamos en las mismas tentaciones. Defendamos nuestros valores.
Que Dios nos coja confesados…
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Amén
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