Criaturas de Dios en Medjugorje

Una noche mientras un grupo fue camino del Podbrdo armados con sus linternas y  rosarios, yo  acudí  de nuevo acompañada de otro grupito a ver  al Cristo que se levanta de su tumba para abrazar al cielo y a quienes se acercan a él. Estaba la noche oscura, con algunas nubes y apenas estrellas. Y aún así,  el canto de los jilgueros se seguía escuchando. No he estado en ningún lugar, ni en ninguna situación en la que haya podido escuchar todas las noches cantar a los jilgueros. Ni durmiendo en el campo jamás los escuché.  No sé el porqué, y seguro que los escépticos aunque no tengan ni idea de las costumbres de las aves, le encontrarán una explicación razonable y racional. Debo decir que los cantos provienen del campo, de las montañas que nos rodean en este pequeño valle. Es decir, no son cantos de animales enjaulados, porque sí me he fijado que en las casas de estas aldeas no se ven jaulas en las ventanas. Y para qué iban a tener animales en jaulas cuando están rodeados de naturaleza y cantan a a todas horas líbremente.   Este canto es una de las cosas que llama la atención a muchas personas que visitan este lugar, y sobre todo a quienes mantienen una relación más cercana con la tierra.  A mí me llamó la atención la primera vez que vine, y enseguida caí en la cuenta de que no era algo normal o habitual en el mundo en el que vivo.

Caminamos por la noche, cruzando la explanada solitaria a estas horas y con poca iluminación, y fuímos caminando por el paseo que nos llevaba a la estatua del Cristo Resucitado. Ese paseo estaba más oscuro aún, pero no tiene pérdida ni de día ni de noche. De repente unos pasos más allá viene caminando un animal, supongo que es un perro. Del grupito nadie se asusta ni hace ningún ademán para apartarse. Todo lo contrario, seguimos nuesto paso, y nuestro rumbo y este animal se acerca decididamente. Es un perro, claramente mueve su cola como un péndulo, alegremente. Y se me hace familiar ese zig-zag que demuestra alegría. La cola hizada hacia arriba y zizagueando, ahora al estar más cerca puedo adivinar el color. Es negro y blanco, con el pelo entremezclado. Se me hace más familiar su colorido. Ay que parece una bolita de algodón, alegre y vivaracha.  Ay, que no puede ser…..es imposible.  Sí, me recuerda a Nuna Bolota, por su movimiento, por su color. Pero es imposible que sea ella. Está a unos miles de kilómetros seguramente durmiendo.   Viene directo hacia mí. Se acerca a mis piernas y me olfatea. y se queda a mi lado. Le acaricio el lomo, y es tan suave como mi Bolota, y ahora ya puedo ver que aunque se parece, no es de la misma raza. Pero da igual, hizo el mismo gesto que mi perra, y de las  personas que íbamos caminando en la delantera del grupo, se acercó a mí y a la otra persona con la que iba hablando.  Se puso a mi lado, y desde ese momento nos fue siguiendo y acompañando hasta que llegamos al recinto sagrado. Cruzamos la cancela que estaba abierta y él nos acompañó. Y cuál fue mi sorpresa, que cuando estábamos con el Cristo él se apartó y se fue para el lado contrario donde le esperaban dos perros más. Un pastor alemán y un perro pequeñito similar a un  podenco portugués. Cuando vi a los tres perros juntos que jugueteaban sin molestar a nadie alrrededor de la cruz, mi pensamiento fue directamente a imaginarme que esos tres perrinos de Herzegovina eran familiares, muy familiares míos.  Mi recuerdo  y mi corazón los identificó como Alaska, Lolita o Bolota, y Galindo, Estrelli o Caneli.  Tres perros de tres especies y tamaños diferentes y tan queridos.

Dejé de observarlos por un rato y me centré en lo que  me había llevado hasta allí, rezar y meditar ante el Cristo que se erguía con los brazos abiertos para recibirnos. Me senté en uno de los escalones, y a la vez que miraba la figura y hacía mis oraciones, mi mirada se desviaba a momentos hacia los perros que ahora, después de juguetear un rato se habían tumbado a los pies de la escultura y observaban vigilantes pero con quietud cómo el grupo de personas esperaban en cola para abrazar las piernas del Cristo. Pensé, qué maravilla estar en un lugar sagrado acompañado de tus perros, ojalá yo pudiera hacer esto con frecuencia. Y claro, caí en la cuenta de que este santuario es franciscano, y  San Francisco de Asís, no solo predicaba el amor a los animales y a la naturaleza, sino que se dejaba acompañar por estas criaturas a quienes también consideraba criaturas de Dios. Entonces esto es normal que ocurra aquí, aunque para mí fuera la primera y única vez que he vivido algo semajante. Mis oraciones en ese momento no solo eran por mí, y por mis seres queridos o amigos, sino también por las mascotas y animales que comparten su vida con las personas que conozco.  Qué paz y qué maravilla se sentía sin que ninguna persona protestara porque esos animales estuvieran en ese recinto sagrado. Qué paz verlos tumbados a los pies, como hacen todas nuestras mascotas cuando se echan junto a los pies de sus queridos dueños.

Sintiendo aquello, yo no pude evitar pedirle al padre José, que les diera también su bendición para protegerlos de cualquier mal. Y sin pensarlo, él lo hizo después de recitar una oración.  Yo dije amén, y me santigüé con él, y le di las gracias por ese gesto con estas criaturas de Dios.   Y continuamos rezando en ese lugar, observando la pequeña cola de personas que meditaban esperando a tocar esas piernas y esas gotitas que manaban por ellas.

Los perros continuaron en el recinto, todo el tiempo que allí estuvimos sin dar problemas, sin ladrar, ni molestar.   Después de nuestra meditación regresamos al hotel, y a a dormir que el día siguiente sería largo.

A la mañana siguiente mientras desayunábamos nos íbamos contando la crónica de la noche anterior. La paz y el rosario noturno en la colina de las apariciones, y claro nosotros contábamos también nuestra visita nocturna al Cristo, y yo por supuesto conté también como parte de mi relato el suceso con los perros.  Y lo normal es que alguien me dijera sorprendido, que era normal que los perros se acercaran a mí, y que lo que no ocurra en este pueblo, no ocurre en ningún otro lugar del mundo.   Le doy la razón.

Dos días después de vuelta del Cenácolo, desviamos el camino para pasar por la Cruz Azul, y después atrochamos por unas callejuelas hasta cruzar el campo de viñedos y piedras que nos llevaba al hotel de nuevo. En ese camino por campo, había unos tenderetes que vendían algunas imágenes y pañitos de hilo como si fueran crochet o ganchillo. Antes de llegar a ese camino de campo, bajamos por una cuesta empinada de piedras y de repente cuando ya estábamos poniendo el primer pie en la tierra roja arcillosa, se acercó un perro que venía contento moviendo su cola. Era blanco y negro, y rápidamente lo reconocí. Era el perro que aquella noche se acercó y me acompañó. También hoy lo acaricié y también hoy me acompañó parte del camino. Ahora era de día, y pude comprobar que efectivamente de noche todos los gatos son pardos, porque físicamente era totalmente distinto a mi Bolota, pero era igual de alegre, con los mismos colores, y con la cola bicolor que movía erguida al compás de su paso con alegría.  Vi también que el pobre estaba bastante sucio, lo normal en un perro que soporta lluvia o que vive sin resguardo en el campo. Pero qué mas da todo eso, ese perro ya estaba bendecido y, segura estoy que estaba feliz.  Yo también estoy feliz de haber vuelto a este maravilloso lugar y haber vivido allí también experiencias maravillosas con estas otras criaturas de Dios. Hice muchas fotos de esa noche, pero al verlas me sorprendo que no conseguí captar ninguna donde salgan los perros,  pero sí una donde se ve un halo sobre el Cristo.  Estaban ahí.

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