Montando el belén

De la misma manera en la que todos los años hay que hacer la compra especial de comidas y bebidas para las celebraciones navideñas, también toca colocar el belén. El nacimiento que por tradición se coloca en algún lugar de la casa, del hogar en el que todos vivimos y al que siempre en estas fechas retornan los que vuelven a casa por Navidad, como El Almendro. Montar el belén  sigue siendo una tradición.Últimamente olvidada por algunos,  menospreciada por otros, y hasta prohibida por parte de algunos de los que mandan en nuestras ciudades y vidas. Supuestamente  para no ofender a los que comulgan con otras creencias, o más bien a quienes no solo no comulgan con ninguna creencia, sino que desean que los demás olviden las suyas. Sí, porque es difícil hacer creer a alguien sensato que poner un nacimiento, o mencionar a Dios, llámese de la forma que se quiera, pueda significar una ofensa, o un ataque a las creencias y valores de otras personas. No nos engañemos, ni nos dejemos engañar. Me niego a aceptar esa mentira, y por ese motivo yo sigo montando el belén, como es tradición en mi país, en mi familia, y de acuerdo a mis creencias.

En mi casa, el nacimiento que se monta es muy sencillo. Un simple misterio, con la Virgen, San José, la mula y el buey. Y por supuesto el niño Dios recién nacido sobre una pseudo cuna de piel de conejo o algo similar. Aunque a decir verdad, el niño Jesús aún permanece guardado hasta que el día de Navidad, sea depositado junto a sus padres. Este belén ha sido el que yo he conocido desde pequeña, calculando debe llevar la friolera de más de 50 años en casa, y sonsacándole a mi madre he podido averriguar que fue comprado en una tienda existente en la calle pintores de Cáceres, llamada El Precio Fijo y que regentaban las hermanas de Eulogio Blasco – de las cuales mi madre recordaba hasta la ropa que vestían para atender a la clientela-  Esta tienda era como un bazar, que se especializó en artículos religiosos entre otras muchas cosas. Según he leído y mi madre me corroboró  fue famosa por el nacimiento que colocaba en su escaparate, y que era reconocido como uno de los más vistos y queridos de la ciudad. Como curiosidad, y para quienes deseen indagar sobre esos comercios que un día existían en nuestra ciudad, os dejo enlace del blog de Juan de la Cruz Gutiérrez,  gran conocedor de las historias de Cáceres y de sus gentes. el precio fijo.

Este nacimiento es tan sencillo que no llama la atención por nada, no es de material valioso, ni tiene valor artístico. Pero lleva tantos años en casa y siempre guardado en una caja de mantecados sevillanos con historia, que se le coge cariño y  éste se renueva cada año que lo sacas y lo colocas. Cuando éramos pequeño mi madre nos vigilaba y nos prohibía tocar al niño Jesus, solo nos dejaba hacerlo mientras hubiera una persona mayor delante que nos controlase. Si nos hubieran dejado solos, no hubiera sobrevivido, ni llegado hasta nuestros días. Eso mismo se ha ido repitiendo con sobrinos y nietos, y yo sé que a todos ellos también les agrada seguir viéndolo cada vez que en estas fechas vienen a casa. También hemos tenido que tener cuidado con alguna de las mascotas, porque también podrían haber confundido las figuritas con alguno de sus juguetes. Ha sobrevivido, y pervive casi intacto.

Antes además de montar el belén, solíamos colocar un árbol navideño.  Esta se ha olvidado. Evidentemente no estaba tan arraigada en nuestra cultura, por mucho que se empeñen los catálogos de decoración del hogar, y las franquicias que nos venden cosas ingeniosas y bonitas. En los países del norte de Europa, desde luego no dudo que lo lleven a rajatabla, pero a nosotros nos tiran más las encinas que los abetos. Así que cuando mis padres adaptaron esa costumbre, solían cortar alguna rama de pino del campo. Donde pinos piñoneros hay muchos, pero abetos ninguno. Se colocaba en una maceta, y así decorado con bolas y espumillones permanecía en casa hasta después de Reyes. Cada año una decoración diferente. Casi siempre de un único color. Teníamos unas bolas transparentes de cristal, que nos encantaban a todos los hermanos, y es que el reflejo de la luz sobre el cristal a veces hacía que viéramos los tonos del arco iris. Éstas bolas sobrevivieron durante muchos años, y seguro que aún alguna queda. Lo que no sobrevivió fue la costumbre de la rama o el pino pequeñino. Cuando el país y la ciudad se modernizó, se empezaron a comprar verdaderos abetos. Había que regarlos porque las hojas se secaban, y se esparramaban por el suelo. Unos años más tarde de haber llegado esa costumbre, nos cambiamos de casa y ya allí fue cuando llegó a mi casa un gran abeto que era artificial, y que se montaba cada año. Todo ello fue también porque la calefacción terminaba por hacer morir  el abeto, y quedaba un esqueleto sin que hubieran terminado las fiestas. Ahora que lo pienso, supongo que quedarían como los abetos que salen en Pesadilla antes de Navidad, retorcidos y mustios.  Así que ya tenemos arbolito que no mancha, muy ecológico eso sí. Aunque nosotros siempre intentábamos transplantarlos y algunos prendían en el campo. Llegó el plástico y la tela verde  que imitaba la naturaleza, le faltaba olor pero creo que eso hasta hoy en día tiene remedio con las esencias a abetos de Chamonix, o de la Selva Negra. También legaron los ositos teddys, las campanillas, las luces con forma de flores, miles de adornos que cada año variábamos con mucho gusto. Y que íbamos comprando y guardando. Creo que podríamos poner un mercadillo y nos hacíamos ricos con tanta caja que guardada en el trastero está etiquetada como: Adornos de Navidad. También había ingenio e imaginación en casa, porque no solo comprábamos y renovábamos cada año nuestro árbol. También hacíamos manualidades para hacer los adornos. Lo mismo ponìamos bellotas pintadas de dorado, y piñas pequeñitas, como que cogíamos madroños, o hacíamos fresones y setas con papel maché y luego pintábamos y barnizábamos con mucho esmero. Sobre todo mi hermana Rosa que para esas cosas tenía y y tiene mucha paciencia. Yo creo que cada año había un cónclave de mujeres en mi casa para decidir dos cosas: Ponemos para cenar en nochebuena pollo del campo en pepitoria, o besugo, o solomillo la hojaldre. El otro punto del orden del día de ese cónclave mujeril era decidir la decoración del árbol. Mi padre en los adornos no intervenía, ni mi hermano. Mi padre en lo de la comida sí intervenía, y siempre votaba por el pollo del campo.

Como comprenderéis cada año era mayor engorro lo del arbolito, y un rollo tremendo tener que estar un día entero recogiendo todos los adornos, empaquetarlos y llevarlos al trastero. Así que cuando los niños de casa, – básicamente los sobrinos- fueron siendo más mayores.olvidamos la costumbre del arbolito, y lo dejamos de colocar. Lo cambiamos por algún centro o corona, y nuestra dósis de naturaleza ya estaba cubierta. Pero el belén no lo abandonamos, y alguien siempre lo coloca, y lo colocará. Y que sea por muchos años. Porque estar en casa en Navidad, y que no esté el belén,  es como que no es navidad. Al fin y al cabo, lo que celebramos es eso. El nacimiento de Jesús.

Después de todo esto. Te invito a ti, que lees esto a que coloques el belén en tu casa. Que le des el espacio que se merece, aunque solo sea para que recuerdes que lo que celebramos estos días es esto que se refleja en esas imágenes.  Coloca tu  belén.

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